La violencia en Colombia
Cuando se habla de "la violencia en Colombia" se corre el riesgo de emplear una fórmula
que muchas personas entienden de muy diferentes modos. Unos piensan en los horribles
crímenes del narcotráfico, con sus asesinos a sueldo o "sicarios", sus bombas y sus
implacables atentados contra jueces, periodistas y políticos honrados. Otros piensan en los
grupos paramilitares con las espeluznantes masacres, mutilaciones y torturas de sus
víctimas que son casi siempre gente humilde del pueblo, trabajadores, campesinos,
estudiantes, sindicalistas. Otros evocan las emboscadas guerrilleras, los atentados contra
oleoductos y empresas extranjeras, los ajusticiamientos de "sapos" presuntos o reales y,
últimamente, las ejecuciones en masa de personas desarmadas de diversa edad y
condición. Otros, en fin, traen a la mente los secuestros, los robos, la delincuencia brutal
de las ciudades y los campos, en un país que ostenta las más altas cifras de muertos por
causas de violencia en todo el continente americano, con 40.000 víctimas cada año.
Pero sea cual sea la imagen que uno tenga en la mente cuando pronuncia la expresión
"violencia en Colombia", quedan siempre en pie estos hechos terribles: en las ciudades y
regiones más densamente pobladas del país, la primera causa de muerte es el asesinato o el
homicidio y la segunda, el infarto cardíaco. Colombia tiene el récord mundial de
secuestros, con un índice de un secuestro cada seis horas. Tiene también el récord
mundial, en cifras absolutas, de refugiados internos (desplazados): más que Ruanda o
Zaire, Bosnia, Afganistán, Kurdistán y Chechenia. Más del diez por ciento del total de
periodistas asesinados en el mundo entero en los últimos cinco años, son colombianos.
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